10 de septiembre de 2016

Asignatura Pendiente | Moisés Santana Castro





Asignatura Pendiente
Moisés Santana Castro

Ganador Mención de Honor, Feria Internacional del Libro 2011, Santo Domingo.

Seleccionado para la "Antología de relatos Hispanoamericanos" de Latin Heritage Fundation (2011) 

Desperté sobresaltado, creí que me asfixiaba, me hallaba empapado de sudor. Me senté de golpe en la cama y vi que Marilyn, mi esposa, se movió a mi lado, profundamente dormida. Deduzco que, en realidad, mi sobresalto no fue tan brusco. Salí de la cama y fui hasta la cocina.

Desde el sofá de la sala, con un vaso de agua a medias, me remonté al maldito sueño incomprensible de hacía unos minutos, el mismo que había tenido todos los días de esta semana y creo que también de la anterior:

Cinco rostros infantiles que he ido recordando con alguna dificultad. Luís (todos le decíamos Luisito, sin imaginar que crecería y dejaría de servirle ese diminutivo), que vivía a dos casas de la mía; David, de mi misma edad, y Jimmy, su hermano dos años menor, que vivían al final de la calle; Sergio, hijo de esa vieja aburrida de la esquina, de quien no he podido recordar el nombre, y hermano de Lisa, varios años mayor que yo y motivo de mis suspiros prepuberales. Eso nunca se lo dije a nadie. Ah, el quinto era yo, y en mi sueño lograba verme como de lejos, en una escena completa y en cámara lenta. 

Estábamos en un sitio húmedo, escabroso, con esa oscuridad pastosa y misteriosa de un pantano a plena luz del día. Formábamos un círculo. En el centro había algo que todos mirábamos con rostro inexpresivo, o tal vez más bien de un susto sostenido, reprimido; de shock. En mi sueño se iba ampliando esa escena con cada noche que lo vivenciaba: al principio eran sólo rostros que no reconocía, luego se hizo de día y reconocí el lugar; entonces identifiqué el grupo. Pero hasta el sueño de esta noche, nadie hacía nada. Sólo miraban algo en el suelo, en el centro del círculo que formaban. Esta noche pude ver lo que ellos –nosotros- veíamos, y lo identifiqué con nombre y apellido…

Era sábado. A las ocho de la mañana, sin haber dormido más desde las tres, llamé a mi jefe a la oficina y le pedí el día libre. No le expliqué a Marilyn porqué mi repentina salida de casa a tan tempranas horas, y llegué al pueblo donde nací, al que no visitaba desde hacía 15 años, antes del medio día. 

Estaba tan cambiado como yo. Las casas, las calles, el parque... Pero mi calle seguía igual: los mismos colores en las casas, los mismos hoyos indeseables, la misma música en el colmado de Bienvenido. Era como si el tiempo se hubiera congelado. 

Me estacioné frente al parque principal y preferí caminar. El primero en reconocerme fue el hermano de Luís, que salió de debajo de un carro en reparación. Con las manos engrasadas me saludó como pudo, preguntó por toda mi familia con una memoria que me llenó de sorpresa y repasó con la misma algunas escenas de aquellos días. Me dijo que Luís ya no vivía en el pueblo. Viajó a España. Sergio y Jimmy sí estaban allí todavía y fui a verlos. 

Con Jimmy hablé de muchas trivialidades: no se había casado, trabajaba en la ciudad en una tienda, tenía amores con July, la niña linda de la otra calle, su madre había muerto, entraría a la universidad el año próximo... Yo hice el mismo recorrido por mi vida. Se acabaron los temas. 

-Jimmy, ¿qué fue lo que pasó una tarde en la laguna, detrás de...?

Interrumpió mi pregunta de forma casi grotesca, con una sonrisa que me dio la impresión de que no cabía en el tema. Me dijo:

-Esa laguna se secó hace tiempo... Ahora hay un residencial allí. ¿Tú te acuerdas de Yani? Ella se casó y vive en un apartamento de esos...

Silencio. Yo lo miré a los ojos y él bajó la cabeza.

-¿Tú te acuerdas de eso...? -dijo al rato.

-No por completo. He soñado últimamente... ¿De qué debo acordarme?

Puso cara de no comprender mi pregunta.

-De Diego... 

Diego. Diego José Jiménez. Tenía seis años cuando llegó al pueblo y once cuando lo dejó... Yo le llevaba sólo algunos meses, pero él siempre pareció el mayor del grupo. Sabía tantas cosas, conocía tantos lugares, tantos juegos sofisticados, tantas palabras que no nos atrevíamos a repetir… Por eso lo buscábamos y lo invitábamos a nuestros sitios favoritos. Pero también por eso lo odiábamos. Su porte de chico de ciudad nos confirmaba de manera grosera nuestra limitada visión de muchachos de pueblo. Que yo recuerde, nunca mencionamos nada al respecto, ni siquiera entre nosotros, cuando Diego era el tema de conversación. Pero sabíamos que a todos nos molestaba su presencia. 

Por eso, cuando Luis y David mencionaron lo de ir a la laguna aquella tarde, no había nada planeado, más que los juegos de siempre (sin el permiso de nuestros padres, que suponían que estábamos jugando Nintendo en casa de Sergio). 

Diego José. Al recordar su nombre, todos los recuerdos de aquella tarde se me amontonaron de golpe: 

Llegamos a la laguna y jugamos con las cosas de siempre. En un momento de pausa, Luis habló de lo difícil que era saltar al agua desde aquel árbol enorme de la otra orilla. Era de mango, grueso, con pocas hojas en aquella época. El reto estaba en saltar desde una rama que colgaba justo encima de donde la laguna se hacía más profunda. Al mencionarlo, fuimos respondiendo como se esperaba: 

-Yo lo hago -dijo Sergio, haciendo una mueca de experto completamente fingida.

-Yo lo he hecho, acuérdate -dije yo.

-Y yo, hace como un mes -dijo también David.

-Eso no es nada, yo me tiro de más alto -mintió Jimmy.

Yo, cruel, me burlé:

-Tú te meas si te ves ahí arriba. 

Él me miró amenazante y los demás rieron con burla. 

Diego se puso de pie y, con su seguridad de siempre, dijo: "Yo lo voy a hacer"; y antes que respondiéramos, ya empezaba su última demostración de superioridad, la hazaña que nunca terminaría… 

Pobre Diego. Creo que aquellos minutos, o tal vez horas o segundos, que vivimos desde aquel 'yo lo voy a hacer', es el momento que jamás recordaré. Podrían hacerme un vaciado de memoria, y no encontrarían allí aquellos recuerdos. 

Lo que aparece en mi mente es esa escena del sueño…  Somos cinco: Luis, David, Jimmy, Sergio y yo. Formábamos un círculo. Mirábamos algo en el suelo. Veíamos el cuerpo sin vida de Diego José… Eso era lo que veíamos. Había en el ambiente un aire de culpa por lo que pasó. Lo sabíamos. Aquella tarde queríamos provocar el ego inevitable de Diego y eso fue lo que logramos. Todos cargamos en silencio con la culpa, pero pretendimos desde entonces que nunca sucedió. Incluso, yo creí que lo había olvidado todo hasta ahora, que mis sueños me lo devuelven incompleto. 

-Fue difícil para todos nosotros -me dijo Jimmy después de un largo rato de silencio, que dio permiso a mis recuerdos-. Pero perdón que lo diga: para ti no fue tan terrible como para nosotros. Tú te fuiste del pueblo, así de simple; nosotros tuvimos que soportar aquí. A mí cada rincón me olía a Diego, todo tenía ese olor a lodo y a crimen. Vuelve a tu casa, Aníbal, y trágate tus malditos sueños…

Yo no le respondí nada, pero comprendí lo egoísta que podía parecer al regresar ahora y remover en ellos la vieja culpa compartida de un crimen, envuelto en aquel silencio de complicidad repartida que debía quedarse así… 

Salí de casa de Jimmy y del pueblo, y no me despedí de nadie. Fui a casa y lloré frente a mi mujer sin darle ninguna explicación. Creo que aun es para ella un misterio la razón de aquella crisis. 

Después de ese día, no volví a tener sueños. Así de simple. Pero viví algún tiempo más de letargo y de duelo. 

Dos semanas después, recibí una llamada de larga distancia en mi trabajo. 

"¿Aníbal…?", me dijo la voz al otro lado del teléfono. Dije "¿Sí?". El siguió:

"Es Luisito, tu vecino de cuando vivías en el pueblo... ¿Estás ocupado?".

Le saludé extrañado y respondí que no. Entonces me dijo:

"Supe que estuviste en el pueblo. Supe de tus sueños y te entiendo, Aníbal. Lo que hicimos fue terrible; yo he necesitado ayuda…".

Se me saltaron las lágrimas y tuve que cerrar la puerta de mi oficina.

"Pero fue un accidente, Aníbal, él no debía morir; no queríamos eso…", me dijo.

Yo le interrumpí, un poco subido de tono: "¡Lo hicimos a propósito! Lo provocamos con crueldad, Luis. ¡Sabíamos lo que iba a pasar!".

"¡No! -me dijo-. Nosotros lo planeamos. Habíamos hablado de ello sin ti, pero esa no era la idea. Él no era la víctima. Los cuatro estuvimos de acuerdo en que mi reto te provocaría a ti, Aníbal… Perdónanos. Ya hemos masticado todos estos años lo amargo de nuestra culpa. No preguntes más…"

La llamada se cortó o Luis colgó…, no importaba. Igual, yo me sentí desolado. Así que, voluntariamente, empecé por olvidar la llamada, los muchachos, el pueblo… y todo mi pasado. Cerré el círculo interminable; cumplí mi asignatura pendiente.


Moisés Santana Castro es colaborador docente en la Universidad Iberoamericana en el área de ciclo general y psicología, asi tambien lo hace en el Instituto Tecnico Superior Comunitario(ITSC).

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

No dejes de ver

Textos que ganaron en el certamen Literario UNIBE 2017

Soy . Autora:  María Teresa López Rodríguez. Primer Lugar del renglón Poesía Soy la oquedad de la noche, la soledad, el dest...