Sentada en la biblioteca de una escuela lejana, me preguntaba la soledad que deben sentir los libros no escogidos. Qué tan triste sería el sentir de los pasillos no recorridos. Y qué tan aguda la voz de autores no escuchados. De esa misma forma me observaban ellos a mí. Los días pasaban y yo me sentaba en el mismo sitio, a la misma hora, con la misma esperanza, y el mismo lápiz. Seguía siendo la que pasaba horas estudiando, no solo por un mejor futuro, sino por una mejor voz. Pero esta vez en un país diferente, poblado con personas de rasgos abstractos y de autoridades que ya no tenían conocimiento de mi triunfo académico. Mi historial había sido borrado, y así como esos autores, mi aguda voz ya no era tan escuchada
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