Poesía
1er lugar: Elecciones
Por Chantal Susana Abreu
Yo no elegí
tener un pecho de cristal,
un alma con grietas invisibles
que solo se notan cuando llueve.
No pedí sentir el peso
de cada palabra no dicha,
de cada despedida anticipada,
de cada silencio afilado
que corta más que el ruido.
No quise ser de las que ven tormentas
en el azul más despejado,
de las que escriben nombres en la arena
sabiendo que el mar siempre vuelve.
No es mi culpa
si mis manos tiemblan
al sostener lo efímero,
si abrazo como si todo
fuera a desvanecerse.
Si lloro,
es porque el mundo pesa,
y si amo con urgencia,
es porque nunca supe
cuánto tiempo me queda.
No pedí ser así,
pero tampoco pedí
un mundo que lastima tan fácil.
2do lugar: ‘’HABITAR EL LENGUAJE’’
Por Samira Domínguez
De mi boca salen moscas.
Las palabras no gritan,
y mi lenguaje está podrido,
deshecho.
No existe.
Mi garganta me muerde
busca el aire,
el ser de mi ser,
el significado del lenguaje.
Mi garganta me asfixia,
se aferra al aire,
me arranca el ser,
me arranca mis palabras que nunca serán dichas.
El lenguaje me desespera,
me prende en fuego,
me consume,
me quema.
Mis palabras están rotas,
y mis gritos no se escuchan.
Las digo y no son mías,
Las callo y me castigan.
Quiero ir.
Quiero irme.
Quiero huir.
Quiero correr.
¿Cómo me arranco la piel?
Mis propios huesos me pesan.
Mi piel me asfixia.
Quiero huir de mí,
encontrarme en el lenguaje.
¿Cómo huyo de lo que siento, de lo que pienso,
si me acompaña hasta en la manera de respirar,
hasta en la manera de no morir en el intento?
Las palabras me pesan en la lengua,
y mis ojos mudos no hablan,
no piensan.
Mis huesos se deshacen dentro de mi cuerpo.
El lenguaje me espera.
Esa espera inevitable,
la espera de que mis palabras puedan ser,
y que mi ser no termine
siendo polvo nada más.
Tengo tantas ganas de escribir,
de ser parte del lenguaje.
Y perdón si no he sabido habitarlo,
si no he sabido permitir que el enamoramiento se apiade de él, de mí.
Y tengo miedo, porque el lenguaje se resiste,
o yo me resisto a él.
Y qué forma tan hermética y sin salida.
La única solución es hacer mío el lenguaje.
Me desespera el lenguaje
y mi monólogo me traiciona.
Me asfixia,
me encierra.
¿Cómo convertir el lenguaje
en mi deseo de ser?
Y me da miedo,
no sé quién soy sin el lenguaje.
No sé quién ser, ni quién seré.
Vuelo buscando las palabras
y no me encuentro.
Mi lenguaje termina en mí,
y yo ya no soy más que polvo.
3er lugar ¿BLANCO O NEGRO?
Por Leidy Novo
Blanco o negro, o quizás ni siquiera eso. Todo se mezcla en una maraña de pensamientos sin fin, donde las líneas se desdibujan, se cruzan, se enredan. Blanquenegro lo llamo, porque no hay un borde claro, un límite que defina. Todo parece una danza entre extremos que no saben si encontrarse o alejarse.
¿Es el blanco o el negro? Me pregunto una y otra vez, pero las respuestas vienen en fragmentos, en palabras que se disuelven antes de formar algo concreto. Una sombra clara, una luz oscura, y entre ellas, un vacío que lo llena todo. La certeza parece resbalarme de las manos como arena, el blanco se confunde en negro, el negro en blanco, hasta que no sé si lo que siento es frío o calor, si lo que pienso es claridad o sombra.
El blanco… pureza, perfección, una paz que jamás logro alcanzar. Siempre está ahí, al borde de mis dedos, pero nunca me permite abrazarlo. El negro… profundo, denso, un peso que me arrastra, pero que al menos es tangible. Es real. ¿Pero cómo elegir entre la perfección imposible del blanco y el abismo implacable del negro?
Las palabras se vuelven formas incompletas: blanconegro, negroblanco. Un laberinto sin salida en el que me pierdo, cada vez más lejos de un sentido que jamás llega. ¿No existe una verdad? ¿No hay un lado que sea el correcto? Todo parece una ilusión, un reflejo distorsionado. El blanco quiere ser negro y el negro quiere ser blanco, y yo, en medio, atrapada entre lo que parece y lo que no es.
Gris, un murmullo suave que apenas susurra en medio del caos. Un punto entre la luz y la oscuridad. Al principio lo ignoro, lo desprecio. No es tan puro como el blanco ni tan profundo como el negro. Pero empieza a expandirse, como una niebla que todo lo cubre. Y me doy cuenta:
quizás no hay blanco ni negro. Quizás todo es gris, una mezcla constante de lo que nunca será puro.
Quizá sea el trazo arriesgado, el gris, lo acepto: no hay necesidad de elegir entre extremos. Porque en su neblina, entre sus tonos suaves y silenciosos, encuentro lo que antes no podía ver. El gris no finge ser algo que no es, no promete una perfección inalcanzable ni un abismo insalvable. Es todo y nada, es ser sin tener que definir. Y, al fin, descanso.
El gris… ¿Será suficiente? ¿O volvemos al blanco y al negro?
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